Más allá de la Geometría y el Cinetismo

 

Ángel Llorente Hernández

 

La reciente exposición del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía dedicada al arte cinético mostró entre las obras expuestas un cuadro de Juan Puig Manera, un artista prácticamente desconocido hoy en día a pesar de la importancia e interés que alcanzó su pintura en la segunda mitad del siglo pasado, una de las épocas más fecundas del arte renovador y vanguardista en nuestro país. Ahora, cuando en el mundo del arte se celebra el cincuentenario del año 1957, una de las fechas clave en la historia de nuestro arte contemporáneo, esta exposición de cerca de medio centenar de pinturas de Puig Manera significa tanto un reconocimiento a su labor, como especialmente la recuperación de un artista quien, desde su estudio en París -ciudad en que vivió y trabajó intensamente durante quince años- participó en la internacionalización del arte español. Estos cuadros, pintados por Manera entre los años 1955 y 1961 contemplados –y, por supuesto, disfrutados- con una mirada actual, que es -queremos recordarlo- el resultado de una educación estética deudora del arte vanguardista, nos revelan la capacidad creadora de este artista, que sobrepasó las fronteras del arte cinético, la corriente de arte abstracto geométrico de la que el mismo artista se consideró pionero y en la que le incluyó la mayor parte de la crítica contemporánea. Como en su día (y era el año 1960, el mismo año de la fundación en Italia del colectivo de artistas cinéticos Grupo N y en París del Centre de Recherche d’art visuel) apreció el excelente historiador y crítico de arte Julián Gallego los cuadros que entonces pintaba Puig Manera, parte de los cuales se exponen ahora, tienen, especialmente por su luz interior, un misterio que nos atrae más allá de la geometría. Efectivamente, la luz es la protagonista de estas pinturas, a ella se subordinan los cuadrados, los triángulos, los rectángulos, las elipses y el resto de las figuras geométricas; ella crea la profundidad y ella hace vibrar las formas y el espacio sin el recurso de ningún tipo de efecto óptico. Tanto en sus peculiares pinturas figurativas del año 1955 y los dos siguientes, síntesis del cuerpo femenino, anunciadoras de sus cuadros abstractos de formas globulares, como en éstos y en los restantes a base de otras figuras geométricas, la luz traspasa las formas, las atraviesa, hace que se superpongan y las matiza, a la vez que las crea. Y todo ello, hecho en silencio, con la austeridad que implica la elección de un número limitado de colores, preferentemente cálidos, y el sometimiento consciente y voluntario al dominio de una gama cromática asimismo reducida. Además, al contrario de lo que fue habitual en los pintores abstractos geométricos, que prefirieron las superficies lisas y perfectamente pulidas sobre soportes leves, Puig Manera se sirvió de la materia pictórica, óleo aplicado en capas espesas regulares sobre imprimaciones gruesas hechas preferentemente sobre arpillera. Así pues, estamos frente a la obra de un genuino pintor geométrico que fue a la vez matérico, lo cual le convierte por derecho propio en uno de los artistas que sin duda tras su recuperación con esta exposición no dejará de ser considerado como uno de los partícipes de las vanguardias en la historia de nuestro arte contemporáneo.